Resignado al ver cómo la época más feliz de su vida fue aquella en la que esa felicidad no dependía de él mismo, se abrazó a esa verdad y dio por hecho que la felicidad individual casi nunca emana de uno. Aquello le hizo comprender incluso los sentimientos más espúreos en que la Humanidad jamás haya caído. El ser humano tiene el vicio de hacer desgraciado a su prójimo básicamente para vengar la infelicidad propia. En el fondo supongo que debe ser una especie de profundo complejo de inferioridad que nos invade la psique hasta reventarmos por nuestras propias costuras o, en su defecto, somos nosotros los reventadores de las costuras de cualquier tipo que nos mire medio mal o, por lo menos, eso nos imaginamos nosotros. De justificaciones andamos surtidos y bien servidos... cosas de lo humano.
En política supongo que la cosa cambia... pero para peor. El político parido de una urna ya no es persona. Desde que los mortales lo eligen a conciencia, piensa el prócer que ha ascendido a un reino inmortal donde su infinitud está asegurada. Es entonces cuando levita y comienza a echar la meada desde una altura imposible para cualquiera de nosotros, o sea, para la misma muchedumbre que lo encumbró; ante la cual el político, que siempre quiere más, comienza a maniobrar en su aspiración de rebajarla a simple mansedumbre, y después a servidumbre. Los objetivos a veces se cumplen, aunque sea con el apoyo de gente 'ajena a la política' y por ello muy bien pagada. Es en ese momento cuando la persona muta, y ya medio hombre medio mito se dedica a alimentar su ego a base de asesores pelotas y aparcacoches varios. Sabe que La Moncloa es su palacio. Se hace construir una pista de baloncesto o de pádel o crea un exclusivo huerto donde cultivar sus propios bonsais y después se agencia para sí mismo unos calienta orejas con iPod incorporado y hace como si jamás hubiese oído hablar de ese síndrome que por allí dicen que ronda... psssssss, silencio. Pero el Síndrome, como la enfermedad, nunca duerme. A lo sumo descansa durante cuatro años. Si despierta será infalible... Y cuando lo hace ya es demasiado tarde. Pero nada es eterno. Llegó el día en que el inquilino recordó que la época más feliz de su vida fue precisamente aquella en la que esa felicidad no dependía de sí mismo. Se abrazó a Sonsoles y ésta le susurró una nana... Fue feliz.
En política supongo que la cosa cambia... pero para peor. El político parido de una urna ya no es persona. Desde que los mortales lo eligen a conciencia, piensa el prócer que ha ascendido a un reino inmortal donde su infinitud está asegurada. Es entonces cuando levita y comienza a echar la meada desde una altura imposible para cualquiera de nosotros, o sea, para la misma muchedumbre que lo encumbró; ante la cual el político, que siempre quiere más, comienza a maniobrar en su aspiración de rebajarla a simple mansedumbre, y después a servidumbre. Los objetivos a veces se cumplen, aunque sea con el apoyo de gente 'ajena a la política' y por ello muy bien pagada. Es en ese momento cuando la persona muta, y ya medio hombre medio mito se dedica a alimentar su ego a base de asesores pelotas y aparcacoches varios. Sabe que La Moncloa es su palacio. Se hace construir una pista de baloncesto o de pádel o crea un exclusivo huerto donde cultivar sus propios bonsais y después se agencia para sí mismo unos calienta orejas con iPod incorporado y hace como si jamás hubiese oído hablar de ese síndrome que por allí dicen que ronda... psssssss, silencio. Pero el Síndrome, como la enfermedad, nunca duerme. A lo sumo descansa durante cuatro años. Si despierta será infalible... Y cuando lo hace ya es demasiado tarde. Pero nada es eterno. Llegó el día en que el inquilino recordó que la época más feliz de su vida fue precisamente aquella en la que esa felicidad no dependía de sí mismo. Se abrazó a Sonsoles y ésta le susurró una nana... Fue feliz.